Columnistas // 2019-04-07
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La inflación en el cuarto año de “Cambiemos"
En estos tres años el protagonismo absoluto fue el tipo de cambio. Es que el gobierno, fiel a la ideología neoliberal, no bien asumió decretó la libertad absoluta de los mercados, incluyendo el financiero y el cambiario, eliminando todas las trabas que lo reglamentaban.


 Como venimos repitiendo en esta columna, la inflación actual está causada por factores que inciden en los costos de producción y que hacen a la puja por la distribución del ingreso. Los más importantes son la cotización del dólar, la variación de salarios, de la tasa de ganancia (el “mark-up aplicado sobre los costos de producción) y, en estos años, el precio de los servicios públicos y de productos de incidencia generalizada en los costos y que normalmente son precios regulados, como son el gas, la electricidad, los combustibles, etcétera.

En estos tres años el protagonismo absoluto fue el tipo de cambio. Es que el gobierno, fiel a la ideología neoliberal, no bien asumió decretó la libertad absoluta de los mercados, incluyendo el financiero y el cambiario, eliminando todas las trabas que lo reglamentaban. Con esto abrió una “Caja de Pandora” que culminó en una inflación creciente, muy superior a la “heredada”; lo que iba a ser “una de las cosas más simples que tengo que hacer” (Macri, 2015), se convirtió en uno de los muchos fracasos de su gestión.

No bien asumido el gobierno, en diciembre del 2015, hubo una devaluación del peso del 42,3% que los economistas del gobierno, bajo el influjo de la ortodoxia monetarista, aseguraron que no iba tener impacto inflacionario porque la emisión monetaria estaba bajo control; la inflación del año 2016 fue del 40,3%. En el 2016 y 2017, en base a endeudamiento externo y el ingreso de capitales especulativos tipo “golondrina”, logró tener una oferta de dólares para satisfacer una demanda creciente para el ahorro y la “fuga al exterior, lo que logó mantener a la divisa bajo relativo control, hasta que a mediados del año pasado se produjo la crisis cambiaria cuyos coletazos todavía sufrimos.

Esa política de utilizar herramientas financieras para asegurar la oferta de dólares y/o para evitar que capitales especulativos se conserven en pesos y no se vuelquen a la demanda de dólares, subiendo la tasa de interés, que este año superó el 60% anual, tuvo efectos desastrosos para la economía real: incrementó la recesión y elevó los costos financieros de las empresas, casi imposibilitando la toma de crédito. Las empresas que tienen cierto control de mercado aumentaron su mark-up para tratar de cubrir el mayor costo (sin que ello implique, necesariamente, un aumento de sus ganancias finales), mientras que las que no pudieron hacerlo o bien cerraron o subsisten con grandes problemas de liquidez.

Por su lado, los servicios públicos y demás precios regulados subieron inicialmente más que la inflación y luego sus precios fueron dolarizados.

En resumen, todos los factores enumerados al comienzo, menos los salarios, han actuado como impulsores de la inflación, con incidencia fundamental del precio del dólar, que determina la evolución de las tarifas e incide en las tasas de interés que fija el Banco Central.

El “pato de la boda” de estos tres años fueron los salarios, que siguen con bastante retraso la marcha de la inflación, perdiendo en forma permanente poder adquisitivo real.

Esta preeminencia del dólar sobre la inflación se puede ver en el siguiente cuadro:

VARIACIÓN ENTRE EL 1-1-16 Y EL 28-2-19

Valor del dólar                  196.0%

Precios Mayoristas        188.5%

Inflación (I.P.C.)                              178.9%

Para el 2019 la política económica apuntó con todas sus armas a contener el precio del dólar para evitar mayor inflación, con más endeudamiento y con subas de la tasa de interés, sin importar demasiado la economía real; sus consecuencias son más recesión, desocupación y pobreza.

Sin embargo, no puede contener a la inflación. Por un lado, hay un retraso entre los precios mayoristas y los minoristas (en el 2018 aumentaron 73,5% y 47,6%, respectivamente), diferencia que paulatinamente se trasladará al consumidor (ya en los dos primeros meses del año el índice de precios al consumidor creció un 50% más que los precios mayoristas); en segundo lugar está la incertidumbre de los operadores económicos, que los lleva a dolarizar sus tenencias en pesos, tendencia que no hay tasa de interés que cambie; por último, está la presión de los asalariados por recuperar el ingreso perdido.

Con estos datos es de esperar una inflación similar o mayor que la del año pasado (47,6%).

Inclusive, con una demanda creciente de dólares por una “fuga de capitales” sin precedente, no se puede desconocer que existe una alta probabilidad de que se produzca una nueva crisis cambiaria en los próximos meses.


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